miércoles, 13 de octubre de 2010

LA CLAVE


En todo el mundo hay vasijas de mentira que imitan a tiempos clásicos, y que están a punto de estallar. Hay cientos de bustos falsos en recibidores en casas de verano. Uno de ellos estaba en el pasillo de la Colonia Guell, y cuando relampagueaba, parecía que cobrara vida, y que aquellos ojos sin pupila me miraran, severos, otras veces guiñándome el ojo en aquel perfecto delirio que fue mi infancia. Nunca he pasado tanto miedo, como en las noches de las lluvias de agosto, terribles, terribles, terribles, celestemente ruidosas, donde me encontraba a solas en aquel inmenso caserío, con la segunda planta vacía casi siempre, mi abuela durmiendo en una cama con cabezales dorados y gélidos, y, con ella ya dormida, una película de la Hammer, en blanco y negro, con Cristopher Lee dándolo todo, y luego el coloquio, con la enigmàtica música de "La Clave" accionando hemisferios dormidos, y Balbín fumando pipa y moviendo su silla como Nerón complaciente, y aquellos invitados blanquecinos, como salidos de un sepulcro, encorbatados, asegurando casi casi, que el licántropo existía. Por aquel encontes no podía creer que hablaran de monstruos con tanta frialdad. Entonces miraba por la ventana, a las once de la noche, y miraba la parte más sombría del jardín. Y los relámpagos, de nuevo. Y parecía que en el extranjero pasaban cosas terribles, sobretodo por Transilvania (a la que no podía señalar en el mapa) y yo tenía seis años, y aquellos agostos eran la hostia porque no controlaban las horas de mi sueño y era el último en irme a dormir (como ahora), y yo ahí, viendo a los tertulianos en pijama, me daba la impresión que aquellos tipos, hablando del demonio, en realidad lo estaban invocando. Había un rumor de pasado en aquella casa. Un rumor terrible, un eco de una desgracia, o más bien de un disgusto, una leve electricidad negativa que los niños, los niños más que nadie, detectan, y que años después comprendí. Y los niños no se notan a salvo en ningún lado. Porque el miedo les ha calado los huesos.

Por aquel entonces, repito, no podría creer que hablaran de monstruos con tanta frialdad.
Os aseguro que ahora les entiendo.